lunes, 20 de octubre de 2008

Como robando el jugo a las naranjas

Aquí se cuenta la historia de un hombre en el lecho de muerte. Se toparán: la dama fría, el hombre moribundo y una mujer arrodillada al pie de su cama.
Con respeto, a los escritores que, con su obra, hicieron posible este relato: José Gorostiza, Gabriel Celaya, Constantino Petrou Cavafis, Julie Sopetrán, Amado Nervo, Ricardo Molinari, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Francisco de Quevedo, Rosario Castellanos y Julio Vélez (a este último, en especial homenaje de esta compiladora), de quienes he bebido para realizar dicha pieza.


ACTO ÚNICO

Lugar: una habitación, a media luz, una cama en la que se encuentra un hombre de edad avanzada. (La habitación es negra, o de tonos oscuros, para acentuar el blanco de las sábanas y de la ropa del moribundo).
La mujer arrodillada al pie de la cama mira al hombre, llorosa pero sin lágrimas; lleva ropas gris claro.
La muerte está parada junto a la cabecera de la cama, pero no se la percibe hasta que se ilumina en el momento en que habla por primera vez. Está vestida de negro con detalles en plata o morado brillante (pueden ser un rosario como collar y vistas en el sombrero), con falda larga, sombrero de ala corta y blusa manga larga. Siempre estará iluminada por una luz blanca, salvo cuando habla la mujer al pie de la cama.


Moribundo:
Desde mis ojos insomnes mi muerte me está acechando, me acecha, sí, me enamora con su ojo lánguido. ¡Anda putilla del rubor helado, anda, vámonos al diablo!

Muerte:
Cuéntame cómo mueres;cómo renuncias –sabio–,cómo –frívolo– brillas de puro fugitivo,cómo acabas en nada.


Moribundo:
Piensa el tumor, la úlcera y el chancro que habrán de festonar la tez pulida, toma en su mano etérea a la criatura y la enjuta, la hincha o la demacra, como a un copo de cera sudorosa, y en un ilustre hallazgo de ironía la estrecha enternecido con los brazos glaciales de la fiebre. Mas nada ocurre, no, sólo este sueño desorbitado que se mira a sí mismo en plena marcha; presume, pues, su término inminente y adereza en el acto el plan de su fatiga, su justa vacación su domingo de gracia allá en el campo, al fresco albor de las camisas flojas. ¡Qué trebolar mullido, qué parasol de niebla se regala en el ánimo para gustar la miel de sus vigilias!

Muerte:
Un instante, no más, no más que el mínimo perpetuo instante del quebranto, cuando la forma en sí, la pura forma, se abandona al designio de su muerte y se deja arrastrar, nubes arriba, por ese atormentado remolino en que los seres todos se repliegan hacia el sopor primero, a construir el escenario de la nada. Las estrellas entonces ennegrecen. Han vuelto al dardo insomne a la noche perfecta de su aljaba.
Porque en el lento instante del quebranto, cuando los seres todos se repliegan hacia el sopor primero y en la pira arrogante de la forma se abrasan, consumidos por su muerte

Moribundo:
Pero yo quisiera ser distinto: huir,huir de la ceniza.Si yo pudiera, qué viento hermoso moveríatu sueño de aire sin cielode agua sin peces, de amor sin recuerdo;de flores que atraviesan una cuenca tristedormida sobre el polvo.



Muerte:
Hay cementerios solos,tumbas llenas de huesos sin sonido,el corazón pasando un túneloscuro, oscuro, oscuro,como un naufragio hacia adentro nos morimos,como ahogarnos en el corazón,como irnos cayendo desde la piel del alma.Hay cadáveres,hay pies de pegajosa losa fría,hay la muerte en los huesos,como un sonido puro,como un ladrido de perro,saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.Yo veo, solo, a veces,ataúdes a velazarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,con panaderos blancos como ángeles,con niñas pensativas casadas con notarios,ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,el río morado,hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.A lo sonoro llega la muertecomo un zapato sin pie, como un traje sin hombre,llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.Sin embargo sus pasos suenany su vestido suena, callado como un árbol.Pero voy también por el mundo vestida de escoba,lamiendo el suelo buscando difuntos;la muerte está en la escoba,en la lengua de la muerte buscando muertos,es la aguja de la muerte buscando hilo.
La muerte está en los catres:en los colchones lentos, en las frazadas negrasvive tendida, y de repente sopla:sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,y hay camas navegando a un puertoen donde está esperando, vestida de almirante.

Moribundo:
Nos estamos muriendo por los cuatro costados, y también por el quinto de un Dios que no entendemos. Los metales furiosos, los mohos del cansancio, los ácidos borrachos de amarguras antiguas, las corrupciones vivas, las penas materiales... todo esto —tú sabes—, todo esto y lo otro.

Mujer que duele al moribundo:
He aquí que la muerte tarda como el olvido.Nos va invadiendo, lenta, poro a poro.Es inútil correr, precipitarse,huir hasta inventar nuevos caminosy también es inútil estar quietosin palpitar siquiera para que nos oiga.
Cada minuto es la saeta en vanodisparada hacia ella,eficaz al volver contra nosotros.
Inútil aturdirse y convocar a la fiestapues cuando regresamos, inevitablemente,alta la noche, al entreabrir la puertala encontramos inmóvil esperándonos.
Y no podemos escapar viviendoporque la Vida es una de sus máscaras.
Y nada nos protege de su furiani la humildad sumisa hacia su látigoni la entrega violentaal círculo cerrado de sus brazos.

Moribundo (a la mujer):
Se va de ti mi cuerpo gota a gota. Se va mi cara en un óleo sordo; se van mis manos en azogue suelto; se van mis pies en dos tiempos de polvo. ¡Se te va todo, se nos va todo! Se va mi voz, que te hacía campana cerrada a cuanto no somos nosotros. Se van mis gestos que se devanaban, en lanzaderas, debajo tus ojos. Y se te va la mirada que entrega, cuando te mira, el enebro y el olmo.
Moribundo (a la muerte):
Mujer de mirada triste:¿dime qué ves en las velas,son espectros de la nocheo son flores de la tierra?

En tu rostro iluminadola vida rejuvenece,noche de oro en la miradapara los que aman la muerte.

Muerte:
El aceite ritual de los sentidos, que sin labios, sin dedos, sin retinas, sí paso a paso, muerte a muerte, locos, se acogen a sus túmidas matrices, mientras unos a otros se devoran al animal, la planta a la planta, la piedra a la piedra, el fuego al fuego, el mar al mar, la nube a la nube, el sol hasta que todo este fecundo río de enamorado semen que conjuga, inaccesible al tedio, el suntuoso caudal de su apetito, no desemboca en sus entrañas mismas, en el acre silencio de sus fuentes, entre un fulgor de soles emboscados, en donde nada es ni nada está, donde el sueño no duele, donde nada ni nadie, nunca, está muriendo y solo ya, sobre las grandes aguas, flota el Espíritu de Dios que gime con un llanto más llanto aún que el llanto, como si herido –¡ay, Él también!– por un cabello por el ojo en almendra de esa muerte que emana de su boca, hubiese al fin ahogado su palabra sangrienta. ¡ALELUYA, ALELUYA!

Moribundo:
Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados, de la carrera de la edad cansados, por quien caduca ya su valentía. Salíme al campo, vi que el sol bebía los arroyos del hielo desatados; y del monte quejosos los ganados, que con sombras hurtó la luz al día. Entré en mi casa: vi que amancillada de anciana habitación era despojos; mi báculo más corvo, y menos fuerte. Vencida de la edad sentí mi espada, y no hallé cosa en qué poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte.

Mujer que duele al moribundo (se para de la cama y va a hacia el público):
Su mano alarga la muertey de un glorioso general la frente toca.Al atardecer un diario la noticia da.La casa del enfermo se llena con muchísima gente.A él los dolores le paralizaronlos miembros y la lengua. Su mirada giray mucho rato se fija en cosas conocidas.Impasible, a los viejos héroes recuerda.Por afuera –lo han cubierto silencio e inmovilidad.Por dentro –lo ha podrido la envidia de la vida, miedo,lepra de placer, necia obstinación, ira, maldad.Pesadamente gime. –Ha expirado–. Llora la vozde cada ciudadano: "¡Su muerte ha arruinado a nuestro estado!¡Ay, la Virtud con él ha muerto!"

Moribundo (se para de la cama y va junto a la muerte, le habla al público):
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, porque nunca me diste ni esperanza fallida, ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

Muerte (habla al público):
Largas cintas de cintas de sorpresas que en un constante perecer enérgico, en un morir absorto, arrasan sin cesar su bella fábrica hasta que –hijo de su misma muerte, gestado en la aridez de sus escombros–siente que su fatiga se fatiga, se erige a descansar de su descanso y sueña que su sueño se repite, irresponsable, eterno, muerte sin fin de una obstinada muerte, sueño de garza anochecido a plomo que cambia sí de pie, mas no de sueño, que cambia sí la imagen, mas no la doncellez de su osadía ¡oh inteligencia, soledad en llamas! que lo consume todo hasta el silencio, sí, como una semilla enamorada que pudiera soñarse germinando, probar en el rencor de la molécula el salto de las ramas que aprisiona y el gusto de su fruta prohibida, ay, sin hollar, semilla casta, sus propios impasibles tegumentos.
como un grito de júbilo sobre la muerte –oh inteligencia, páramo de espejos! helada emanación de rosas pétreas en la cumbre de un tiempo paralítico; pulso sellado; como una red de arterias temblorosas, hermético sistema de eslabones que apenas se apresura o se retarda según la intensidad de su deleite;
Epílogo
Voz en off:
De golpe, descubrí un día que los poemas no son más que gotas de lluvia contra el ataúd de la muerte.






FIN

jueves, 16 de octubre de 2008

COCINAS LA TARDE. INDIRA BROCA

¿qué puedo decir? cualquier cosa parecería justificarse.

un abrazo a los amigos que siguen curiosenado en mis fumadas y una que otra desventura (no sean, ya escribanme algo), y un abrazo para ti nacho, por este texto, gracias.

COCINAS LA TARDE. INDIRA BROCA
Ignacio Martín
Es una inmensa alegría compartir este momento; una alegría y un honor, hace unos meses, el 16 de febrero, una bella mañana de sábado, afuera del Jaguar despertado, compartimos lectura Indira, Teodoro Villegas y un servidor; estaban presentes muchos de ustedes; les aseguro que ni en mis mejores proyecciones pensaba que esto pudiera pasar tan sólo, ¿cuánto?, poco más de tres meses después.
Ese día, Teodoro, desde su experiencia, lanzó una premonición, algo así como: a esta niña, en dos o tres años, la vamos a ver de lejos. No lo sé, no creo que la literatura, sobre todo la poesía, sea un asunto de competencias, pero sí tengo claro, desde ese día, que Indira, tan joven como es, posee una voz como pocas, fuerte, pero sin estridencias; sus versos llevan al lector, constantemente, de la caricia a la cachetada, sus referentes literarios son amplios y, sin embargo, no son evidentes o “chillones” en su escritura, ya están asimilados, algo fundamental para cualquier escritor y, sin embargo, no tan fácil de encontrar, sobre todo en los que empiezan.
Porque una cosa es el ego, imprescindible en cualquier creador, y otra la soberbia; leer Cocinas la tarde, escuchar los poemas de Apuntes para sentirse loco, que escuché aquel no tan lejano día de febrero, me mostraron a una poeta con mucho respeto, casi veneración, por lo que hacía; en los poemas de Indira Broca se siente el trabajo, y eso, en los que conocemos: nada sobra, nada falta; no hay versos flojos, puede que haya poemas que nos gusten más que otros –eso es normal, lógico, pasa siempre, con cualquier autor–, pero no hay poemas, a mi modo de ver, a los que se les pueda decir: ¿qué haces aquí?, ¿cómo te escapaste del cajón?; eso, creo, es simplemente señal del trabajo, si lo que vemos es algo redondo, acabado, quiere decir que el orfebre ha pasado horas puliendo ese metal, pero muchas más desechando piezas, o dejándolas más tiempo macerar, a ver si se les aprovecha algo; como filólogo que también escribe poesía, ese respeto, si hace falta feroz, por la palabra y la poesía, nuestras herramientas de trabajo, me parece encomiable, por lo raro, aunque no lo crean.
Ya les he mencionado un par de títulos de la obra de Indira; un recorrido por bastante de lo que hasta ahora ha escrito –tengo el privilegio de haber leído ese material, que le pedí para preparar esta presentación– me ha reafirmado en esas ideas que vengo apuntando; la fuerza y la originalidad de su poesía, sin alejarse de lo que la rodea y de quienes, sin renegar de sus lecturas y sus amigos, sin dejar de ser una mujer joven de su tiempo, esas ideas, decía, las encuentro en todos sus textos. Iré recorriéndolos y leyéndoles algunas muestras, para que vayan haciéndose una idea.
Su primer poemario, Desnuda el alma, escrito a los diecisiete años, muestra una voz joven, desde luego, aggiornata, desde luego, pero también con un punto de ancestral ironía:
III
Del lado derecho
Se encuentra esa vocecita que me atormenta
armada con el poder de la culpa,
sus aliados: el miedo y la duda.
Del lado izquierdo
estás tú,
despidiendo en cada poro
las ansias y delirios
por un sudor ajeno.
Nuestro premio está enfrente,
semidesnudo:
y como no son días de guardar
nos lo tiramos

Con eso de los diecisiete años, podríamos pensar en una trampilla muy propia de los escritores, jugar con las fechas; sin embargo, tomando en cuenta la edad de Indira, creo que no hay margen para el juego, o sea que eso que les acabo de leer es la voz de una joven que sale de la adolescencia, pero también la voz ancestral, como mencioné, de la mujer que se rebela contra los lastres que se le imponen, que sólo habla por ella y que, por eso mismo, se vuelve voz de muchas; parece que es un diario, un tono muy propio de una voz adolescente; sin embargo, esa mujer joven habla con su cuerpo, y el cuerpo, a través de la poesía, le contesta, y habla también con el alma (o la mente, ¿que no es lo mismo?); el cuerpo, entonces, cobra voz, el cuerpo se personifica, para los que gustan de los nombres técnicos, hay una paradójica prosopopeya: el cuerpo, la forma de una persona, se personifica; y déjenme decirles que ese verso final es clave en el poemario: “nos lo tiramos”, una frase que, si sacamos de ese contexto, para muchos sería vulgar, en ese contexto, gracias a la poesía, adquiere un tono que podría ser incluso metafísico... por lo que implica de autoafirmación.
Indira, tras este poemario, escribe dos libros, Poemas en Garamond, en el que vive ahora –porque si los escritores viven sus libros, los poetas, los viven, sí, pero también viven en ellos; lo que no suelen hacer es vivir de ellos– e Imágenes extraviadas, compuesto por dos poemarios: Escala de grises y Cocinas la tarde, esta plaquette que hoy presentamos.
Ya sé que los poemas que les estoy mencionando están inéditos en su mayoría, ya sé que sólo estamos presentando una plaquette; sin embargo, soy filólogo, y he podido acceder a unos textos que creo que merecen la pena, por lo que permítanme que, en esta presentación, continúe aprovechando esa circunstancia y les muestre un breve recorrido por una obra que, seguro, va a tener numerosos lectores y acercamientos críticos como éste.
Este paseo literario sigue en Escala de grises; pero esa voz del primer libro ahora suena como de blues: rasgada, profunda, tierna y, sobre todo, siempre con ese solo final, digno de Charlie Parker o del protagonista de “El perseguidor”, de Cortázar:
XVI
Me has matado
y te aferras a mi muerte
vaciando cartuchos de pólvora

Clavas tu aguijón
envenenas mis muslos
rompes la carne

Cuando libere mi cadáver
dudo que sobrevivas

Rizaré el rizo y me saltaré al último libro antes de pasar, por fin, a Cocinas la tarde, desde luego, el protagonista de hoy; seguro que sabrían perdonarme la digresión pero creo que la poesía de Indira merece el esfuerzo. Antes, pues, de llegar a nuestra plaquette, algo de Poemas en Garamond, un poemario en el que Indira se está atreviendo a jugar con la literatura y con el propio libro como concepto, como objeto formado por esos signos con los que nos comunicamos; hay un poema cuyo título son dos puntos; el de otro, un asterisco; les muestro uno que es toda una reflexión sobre la poesía y la creación y que, a mi modo de ver, dialoga, por ejemplo, con el que les leí de Desnuda el alma; me parece que es la misma voz, pero ya teniendo muy claro qué es lo que quiere decir:
CÓMO QUIERO QUERERTE CUANDO QUIERES
No sé nada de poesía
Aún no sé si existes
o te invento

¿Se acuerdan de Huidobro? En 1917 escribió un poema que se tituló “Arte poética”; la conclusión fue básica para entender el cambio radical que significaron las vanguardias en la concepción del arte en su conjunto; todo era posible, cada hecho creativo podía encerrar el alfa y la omega:
Arte poética
Que el verso sea como una llave
que abra mil puertas.Una hoja cae;
algo pasa volando;
cuanto miren los ojos creado sea,
y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
el adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
como recuerdo en los museos;
mas no por eso tenemos menos fuerza:
el vigor verdadero
reside en la cabeza.

Por qué cantáis la rosa,
¡oh, Poetas!Hacedla florecer en el poema.

Sólo para vosotros
viven todas las cosas bajo el Sol.

El poeta es un pequeño Dios.[1]


Si eso es lo que Vicente Huidobro escribía en 1917, Indira, casi 90 años después, bebe de Huidobro pero, dando una vuelta de tuerca, nos dice:
Piensa en tus padres si no quieres hacer el amor
Grita blasfemias
Corre al confesionario
Miente al diablo
y no te olvides de mentirle a Dios

O sea, que la poeta no sólo es un pequeño, o no tan pequeño, dios; la poeta sale de la poesía y, a través de ella, se ordena a sí misma, la ruptura total; pero no se lo ordena a sí misma, o no sólo, porque esa voz se dirige a un lector, o sea, la orden también nos la da a nosotros; si todo texto necesita del lector para ser concluido, en poesía, y en eso imagino que todos estaremos de acuerdo, este proceso es fundamental, y de ida y vuelta; el lector es imprescindible, tiene que ser un poco el poeta, como el poeta tuvo que ser su primer lector, y entrar en esa dinámica.
Y si en el primer poema que les leí el cuerpo se volvía personaje, en Cocinas la tarde, los personajes son aún más intangibles; el reflejo, el otro, el receptor, o sea, el lector en el que piensa la autora, recibe también “lo suyo”, con ese tono irónico siempre presente:
[…]
Eres la suerte que nunca tendré
la promesa del paraíso
en manos de un ateo

Incluso, la propia poesía se vuelve personaje, encontramos versos que reflexionan sobre el hecho creativo: “La pausa es el mundo en la elipsis”.
En fin, por todo ello, me pareció importante llevar a cabo este recorrido por una obra que, tarde o temprano, van a conocer; espero haber sabido mostrarles a una poeta, Indira Broca, que considero que nos ofrece una voz propia y una casi veneración por la palabra.
Y sólo así, habiéndose exigido a sí misma todo, puede obligarnos, como lectores, a poner nuestra parte.
Se darán cuenta de que apenas he leído fragmentos de Cocinas la tarde, plagiándome a mí mismo, les diré que ha sido con toda la intención; para qué leerla yo si ella está aquí.
Disfrutémosla.
Gracias.


[1]Huidobro, Vicente. El espejo del agua (Buenos Aires, 1916), tomado de http://www.palabravirtual.com/index.php?ir=ver_poema1.php&pid=1268

IV Encuentro Iberoamericano de Poesía

IV Encuentro Iberoamericano de Poesía
Villahermosa, Tabasco.

En la presentación de De Triangulos Oscuros

En la presentación de De Triangulos Oscuros
8 de marzo de 2008

lctura en Tulancingo, hidalgo, dentro del 2 encuentro de escritores realizado en esa ciudad

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